Deja de prestarle atención a lo que la gente dice o cree de ti.

Deja de prestarle atención a lo que la gente dice o cree de ti!

 

¿Por qué nos importa tanto lo que los demás piensan de nosotros? Simple, porque no sabemos quiénes somos.

Una vez estaba sentada en un café leyendo un libro cuando una niña de unos 4 años en la mesa a costado mío estaba haciendo pucheros, no pude evitar observar y su madre le decía: “Ángela siéntate bien y no hagas puchero, ¿qué va a pensar la señorita que te esta viendo?”, con gran paciencia me acerqué a Angelita, me agaché para estar a su altura y le dije dulcemente “Angelita, que nunca te importe lo que los demás piensen de ti”

Claro, su madre se quedó pasmada y no supo si enojarse conmigo, con Angelita o con ella. Unos minutos después la señora se fue indignada por mi comentario.

 

Si observamos a los niños pequeños, son naturales, son quienes son y no se preocupan de un sin fin de cosas, solo hasta que nosotros, como padres, les empezamos a enviar mensajes como: “no hagas eso, ¡¿qué va a pensar la gente de ti?!”, “no te vistas de esa forma ¡¿qué van a pensar tus amiguitos?!”. Metemos en sus cabecitas fértiles la idea de que debe importarnos lo que los demás piensen de ellos, en lugar de fomentar la seguridad en sí mismos, les enseñamos a través del miedo, nuestros miedos.

La mayoría hemos tenido experiencias de este tipo de aquellos que amorosamente nos querían ayudar a ser “buenas personas”, no me mal interpreten, me queda claro que esos padres, tutores, maestros y otros, lo hacían con la mejor intención, no dudo que la madre de Angelita lo que quería es que su hija cambiara de actitud, pero al no lograrlo y no saber qué hacer, se le ocurrió el viejo y dañino truco de utilizar a los demás como testigos y jueces de la “falta” . Pero esta forma de tratar controlar a los niños, hace mucho más daño que beneficio y provoca que de grandes, sigamos interesados por lo que otras personas piensen de nosotros más de lo que a nosotros nos importamos.

 

Hemos pasado tanto tiempo preocupándonos por las opiniones ajenas, modificando nuestra forma de ser con tal de satisfacer esas opiniones, que llega un momento en que nos perdemos en el camino y ya no sabemos quiénes somos: nuestro valor personal es cuestionado… por nosotros mismos.

 

 

Te voy a contar un antiguo cuento sufí:

Hace mucho tiempo, un joven discípulo acudió a su maestro en busca de ayuda.

Su gran preocupación era que sentía que no valía para nada y que no hacía nada bien. Quería que los demás le valorasen más.

El maestro sin mirarlo, le replico: «Me encantaría poder ayudarte pero en estos momentos estoy ocupado con mis propios quehaceres. Quizás si me ayudadas a solucionarlos podría acabarlos antes y ayudarte».

El discípulo aceptó a regañadientes ya que de nuevo sintió que sus preocupaciones eran poco valoradas.

El maestro le entregó un anillo que llevaba en el dedo y le dijo: «Toma un caballo y cabalga hasta el mercado más cercano. Necesito que vendas este anillo para pagar una deuda. Lo más importante es que trates de conseguir la mayor suma posible pero no aceptes menos de una moneda de oro por él».

Y así el discípulo cabalgó hasta el mercado más cercano para vender el anillo.

Empezó a ofrecer el anillo a diferentes mercaderes que mostraban interés en él hasta que les decía el precio: una moneda de oro.

La mayor parte de los mercaderes se reían al escuchar la suma, salvo uno de ellos que amablemente le indicó que una moneda de oro era muy valiosa para darla a cambio del anillo.

Frustrado y cansado, el discípulo cabalgó de nuevo a casa del maestro sabiendo que no había podido cumplir con el encargo que le había hecho.

«Maestro, no he podido vender tu anillo por una moneda de oro», le dijo cabizbajo. «Como mucho ofrecían un par de monedas de plata, pero no he podido convencer a nadie sobre el verdadero valor del anillo».

«Tienes razón en algo», le contestó el maestro. «Necesitamos conocer el verdadero valor del anillo». «Toma de nuevo el caballo y ve a visitar al joyero del pueblo. Pregúntale por el verdadero valor del anillo. Y sobre todo no se lo vendas».

Y así cabalgó de nuevo hasta el joyero del pueblo quien, tras examinar detenidamente el anillo, dictaminó que éste valía ¡58 monedas de oro!.

«¡¿58 monedas de oro?!» replicó el joven asombrado.

Y con esa buena noticia cabalgó de nuevo a devolverle el anillo a su maestro.

El maestro, le pidió que se sentase y que escuchase lo que tenía que decirle:

«Tu eres como este anillo: una joya única y valiosa. Y como tal sólo puede evaluarte un experto. ¿Qué haces por la vida pretendiendo que cualquiera descubra tu valor?»

Amarse a uno mismo es el principio de una historia de amor eterna. Oscar Wilde

 

Deja un comentario

Your email address will not be published.

Te podría interesar

Espiritualidad para principiantes

Subscríbete y recibe el Ebook gratuito.